Sobre las cordilleras, cuando las nubes están tan bajas que
no pueden verse las cumbres, se escucha el graznido lejano de un ave que se
pierde en los ecos. Los antiguos pobladores de la Cordillera de Los Andes
creían que el Sassi Malau era un joven cazador mapuche que fue herido de muerte
por un colono español y luego rescatado, aunque moribundo, por un cóndor. La
Ñuke Mapu (Madre Tierra) entendió que el joven no merecía morir y le regaló el
sueño de todo hombre: poder volar. Pero a cambio de su vida como hombre, el
joven debió aprender a vivir como un Cóndor. Sus brazos se convirtieron en alas
y su cuerpo se curvó hasta tomar la forma de una gigantesca ave. Los mapuches
consideraban que cada primer día de verano, el Sassi Malau sobrevolaba los pueblos
como señal de prosperidad de la tierra y buena cosecha.
Con el correr de los años, la leyenda del Sassi Malau fue
transmitida a todos los que cruzan los Andes. Se dice que el viajero que vea la
forma del Sassi Malau recortada por encima de las nubes llegará a salvo a
destino. Entre los jóvenes que, mochila al hombro, recorren el continente, se
pasa de boca en boca la leyenda del Sassi Malau como sinónimo de buen viaje. No
quedan demasiados registros de esta criatura más allá de las historias orales,
pero en 1958, un grupo de arquéologos encontró varios grabados que podrían dar
cuenta del aspecto de esta criatura mitológica. Muchos de estos grabados habían
sido realizados sobre arcilla y cocidos al sol. Allí puede verse la figura de
un hombre herido y luego varios dibujos más que conforman la secuencia de su
transformación en una criatura híbrida con alas de plumas negras, torso humano
y piernas robustas con cinco dedos alargados parecidos a los de un ave rapaz.
Los dibujos fueron encontrados en un sector que se creía
vírgen de la cordillera, a 5.500 metros de altura, sitio donde ningún hombre
antes había llegado. La creencia popular indica que los grabados fueron hechos
por el propio Sassi Malau, quien buscaba dejar constancia del hombre que alguna
vez había sido. Quienes lo vieron de cerca aseguran que el tiempo lo convirtió
en un cóndor casi perfecto, pero el doble de grande que un ejemplar de esta
especie. También dicen que al verlo a los ojos se tendrá la certeza de que
alguna vez fue un hombre. En su mirada quedó congelada toda la sabiduría de
siglos de vida en lo más alto de las montañas.